La vuelta al mundo a través de un marinero ruso que, un día, llega a su casa.
Por Enriqueta Barrio (*)
Y hablando de rusos, la cuestión es que una vez Abel (hermano de Norita del cual ya hablaremos) se apareció en casa con un Ruso que estaba dando la vuelta al mundo en un barco y había recalado en el puerto de acá. Solo en un barquito. Un ruso. La Vuelta al Mundo. En mi casa. Colorado, barbudo y peludo como cualquier Robinson Crusoe al volver de la Isla al continente. Con los dientes salientes con los que comía manzanas cual roedor, se tragó alrededor de seis o siete en un rato, girándolas con sus dedos mientras mordía, masticaba y sonreía a la vez. Qué cosas raras pasaban en mi casa. Como para no estar loca… Apestaba. Pero apestaba mal. Por eso Abel le dijo a mi viejo que le prestara el baño así el Ruso se pegaba una ducha. Era muy de Abel eso de hacer favores a costa de los otros, a los que encima trataba de burgueses absorbidos por El Sistema.
La cuestión que el Ruso salió lustroso del baño, con el pelo chorreando peinado para atrás, las mejillas encendidas y la barba emprolijada. Ahí se le entendía más la cara. Dejó las toallas tiradas en el piso, un óvalo desigual frotado en el espejo y todo salpicado. El olor fétido en el aire, mezclado con jabón de violetas Fulton, en el baño. Se sentó a comer fideos con tuco como si fuera el fin del mundo, un paquete entero de Don Vicente se clavó, te lo juro. Entero. Mientras, Abel relataba sus proezas y cantaba canciones de los marineros del Volga para hacerse el loco viajero y soñador que era y marcar el contraste con nosotros, aldeanos. Cuando terminaron de lastrar, se tomaron el palo, por supuesto. Y llegó Norita del trabajo. Generalmente, ese momento era de cierta tensión, porque algo estaba mal hecho o no hecho, y porque ella llegaba siempre manijeada con un tema nuevo, que podía ir de lo más divertido al drama más terminal, pero algo pasaba a su llegada.
“Se acabó la paz“, decía mi viejo al scucharla entrar. El grito que pegó cuando entró al baño, por dios. Y que cómopuedeser, que a vos te traen un ruso, un ruso cualquiera, Miguel Ángel, y lo dejás bañarse en casa, mirá si trae enfermedades, quién catzo es un rusoquedalavueltalmundo, por favor, cómo es posible, no me puedo ir de esta casa, qué barbaridad, un ruso, me dice, un ruso dejó todo este kilombo en el baño, como si fuera lo más normal del mundo, en todas las casas se mete un ruso que no se baña hace seis meses, se come todo y se va dejando este desastre… Mientras hablaba, salía con la toalla chorreante agarrada de la puntita, el brazo estirado y tapándose la nariz. “Traeme el alcohol de quemar, Enriqueta!, pero qué barbaridad….” Y en el humo de la fogata de toallas que subía al celeste cielo del invierno marplatense, había olor a mar, a manzanas y a violetas Fulton.
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora, al mail: enriquetabarrio@gmail.com